sábado, 12 de octubre de 2013

El precio de la vida

El esfuerzo que hacía por respirar era ya exiguo. Cada músculo de su cuerpo se hallaba compungido. Pensaba en ese momento que jamás, si sobrevivía, se perdonaría semejante necedad, pues no sólo ella había resultado herida, su compañera de vida y viaje había cerrado sus ojos, esos ojos que antes brillaban por su sagacidad, y los había cerrado para siempre. "Debí haber reaccionado antes" pensó recordando el instante en que un ruido sospechoso seguido de un grito espeluznante la había paralizado impidiendo su huida, motivo por el que su pequeña no se había ido. "Jamás te dejaré sola." Recordó que siempre le decía con esa voz tan armoniosa. Echaría tanto de menos su carácter, tan arisco y dulce a la vez, la forma en la que hizo desaparecer su cicatería convirtiéndola en una mujer mejor. Su manera de protegerla de todo ser viviente que se acercase a ella con "malas intenciones", como solía decir. "¿Cuál habría sido su último pensamiento?" Siguió torturándose. "Quizás un "te quiero", quizás un recuerdo de alguna tarde juntas, o la primera vez que despertamos en la misma cama, ella con una sonrisa en los labios y yo con un beso en los míos. Quizás pensara en sus padres, esperando que su muerte le otorgase la absolución por no haber escondido quien era, ni a quien amaba. Quizás recordó su infancia, corriendo libre por un monte. Quién sabe." 
El aire empezaba a pesar más en sus pulmunes, y la sangre seguía brotando incansable de su vientre. Hizo un último esfuerzo para acercarse al cuerpo que empezaba a enfriarse que yacía con un corte profundo en el cuello, para aferrarse a su pecho sosteniendo su mano y acariciando su cabello. Le dio un beso en la frente, le cerró los ojos. "Gracias por todo." Susurró mientras la vida escapaba de su cuerpo al igual que las lágrimas y el hombre encapuchado con unos sucios billetes en la mano. ¿Es ese el precio de la vida?